Esa noche, como siempre, dejaste el celular sobre la mesa de noche, cerraste los ojos convencido de que el descanso era tu refugio, ese momento del día en el que nada ni nadie podría irrumpir. Pero el brillo tenue de la pantalla volvió a encenderse minutos después, una luz azul que respiraba, que pulsaba, como si tuviera vida propia. No lo notaste, claro; estabas dormido. Lo curioso es que mientras soñabas, tu teléfono también lo hacía, solo que en lugar de sueños, tenía tareas: registrar tus pasos, analizar tu respiración, escuchar los sonidos del cuarto, enviar datos a un servidor lejano y si alguna vez viste las películas de Freddy Krueger, sabrás que lo más peligroso ocurre justo cuando crees estar a salvo.
Freddy atacaba en el momento en que bajabas la guardia, cuando tu mente entraba en el terreno donde no hay control ni conciencia. Hoy, su versión digital actúa igual, ya no lleva garras ni sombrero; ahora se disfraza de aplicación gratuita, de reloj inteligente, de asistente de voz que promete mejorar tu descanso; pero su propósito sigue siendo el mismo: colarse en tus sueños, cada permiso que otorgas, cada notificación que ignoras, cada “aceptar” que tocas sin leer, es una puerta abierta a una pesadilla sin sangre, una en la que no te despiertas gritando, sino cediendo poco a poco lo más íntimo que tienes: tus datos personales.
Mientras duermes, la habitación parece tranquila, pero tus dispositivos siguen trabajando, analizan tus hábitos, almacenan tus pulsaciones, calculan tus horas de sueño y transmiten todo a lugares que desconoces. Freddy solía atacar desde las sombras; estas aplicaciones lo hacen desde la nube, no necesitas estar dormido para que te persigan, solo basta con creer que tienes el control y es un engaño elegante, casi imperceptible, pero letal para tu privacidad. Y así como los personajes de la saga intentaban mantenerse despiertos para sobrevivir, tú deberías aprender a “despertar digitalmente”.
La forma de vencer a este nuevo Freddy no está en huir ni en esconderte, sino en ser consciente, revisa los permisos de tus aplicaciones, desactiva lo que no usas, apaga el micrófono cuando no hablas y recuerda que dormir con tu teléfono a centímetros del rostro es, en cierto modo, invitarlo a entrar en tus sueños, la privacidad no se pierde con un solo error; se desgasta con la costumbre, con el descuido, con esa confianza ingenua de pensar que “no pasa nada”.
Freddy Krueger simbolizaba el miedo a perder el control, a no saber cuándo ni cómo algo podría herirte. Hoy, ese miedo sigue vivo, pero en otra forma: la de un dispositivo que no duerme y que sabe más de ti que tú mismo, y la única manera de vencerlo es hacer lo que sus víctimas no podían: despertar antes de que empiece la pesadilla.
Dormir tranquilo no es solo cerrar los ojos; es saber que nada —ni nadie— sigue despierto en tus dispositivos. Desconecta, revisa y protege lo que te pertenece. No todas las pesadillas empiezan en los sueños.
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